Dosis de autocompasión que no te ayudan a vender
A veces, de niña, la liaba de manera importante.
Jugaba en lugares prohibidos, cogía comida de la alacena y la llevaba con mis amigos para merendar en la calle, volvía tarde, o lo que era peor, me sentaba en el escritorio de mi papá y usaba su máquina de escribir y tocaba sus papeles importantes.
Mi mamá era la que estaba siempre en casa, yo estaba acostumbrada a sus enojos pasajeros y además tenía mis tácticas de escape.
Pero cuando se enfadaba mi padre la cosa se ponía seria. Él no gritaba, cerraba los puños y hablaba profundo con los dientes apretados.
Caía el sermón y me mandaban a mi cuarto, privándome de salir a correr a la calle, de jugar a detectives en el coche abandonado del vecino. Me impedían subir a los árboles, no podía ni tocar la bicicleta.
Eso era demasiado cruel. Lloraba detrás de la puerta cerrada peor que todas las damiselas en apuros de todos los culebrones que se han hecho alguna vez.
Daba más pena que la cieguita Topacio cuando la malvada de la novela le movía los muebles de lugar.
Recuerdo alimentar mi llanto con un pensamiento secreto, que nunca confesé a nadie y que ahora te regalo para que te rías un rato.
Pensaba: Ojalá me muera para que en mi entierro se arrepientan de hacerme sufrir de esta manera. Ojalá ese día se den cuenta de que nunca tendrían que haberme encerrado.
Esas sesiones de autocompasión se acababan con una siesta. Después estaba lista para ir a tirarle bolas de barro a los coches que pasaban por la calle de atrás.
En dosis más aceptables, me encuentro a veces con profesionales que practican la misma autocompasión.
“Mis clientes me obligan a hacer cosas que no quiero”, “De qué me ha servido pagar por una web si no atrae clientes”, “Mi servicio es el mejor del mercado y nadie lo valora”.
A esos profesionales, si además de quejarse, se pararan a preguntar:
¿Cómo lo hacen los que tienen buenos clientes? ¿Cómo es posible que algunos negocios vendan al precio que les da la gana y otros que no consigan trabajar ni gratis?
Bueno, si se hicieran ciertas preguntas, les diría sin duda que estudien copywriting de calidad. El de pensar.
Pero no, esa gente no se hace preguntas. Será por eso que no obtienen respuestas.
A veces, de niña, la liaba de manera importante.
Jugaba en lugares prohibidos, cogía comida de la alacena y la llevaba con mis amigos para merendar en la calle, volvía tarde, o lo que era peor, me sentaba en el escritorio de mi papá y usaba su máquina de escribir y tocaba sus papeles importantes.
Mi mamá era la que estaba siempre en casa, yo estaba acostumbrada a sus enojos pasajeros y además tenía mis tácticas de escape.
Pero cuando se enfadaba mi padre la cosa se ponía seria. Él no gritaba, cerraba los puños y hablaba profundo con los dientes apretados.
Caía el sermón y me mandaban a mi cuarto, privándome de salir a correr a la calle, de jugar a detectives en el coche abandonado del vecino. Me impedían subir a los árboles, no podía ni tocar la bicicleta.
Eso era demasiado cruel. Lloraba detrás de la puerta cerrada peor que todas las damiselas en apuros de todos los culebrones que se han hecho alguna vez.
Daba más pena que la cieguita Topacio cuando la malvada de la novela le movía los muebles de lugar.
Recuerdo alimentar mi llanto con un pensamiento secreto, que nunca confesé a nadie y que ahora te regalo para que te rías un rato.
Pensaba: Ojalá me muera para que en mi entierro se arrepientan de hacerme sufrir de esta manera. Ojalá ese día se den cuenta de que nunca tendrían que haberme encerrado.
Esas sesiones de autocompasión se acababan con una siesta. Después estaba lista para ir a tirarle bolas de barro a los coches que pasaban por la calle de atrás.
En dosis más aceptables, me encuentro a veces con profesionales que practican la misma autocompasión.
“Mis clientes me obligan a hacer cosas que no quiero”, “De qué me ha servido pagar por una web si no atrae clientes”, “Mi servicio es el mejor del mercado y nadie lo valora”.
A esos profesionales, si además de quejarse, se pararan a preguntar:
¿Cómo lo hacen los que tienen buenos clientes? ¿Cómo es posible que algunos negocios vendan al precio que les da la gana y otros que no consigan trabajar ni gratis?
Bueno, si se hicieran ciertas preguntas, les diría sin duda que estudien copywriting de calidad. El de pensar.
Pero no, esa gente no se hace preguntas. Será por eso que no obtienen respuestas.