Vender o morir, una historia de exilio

Vender o morir, una historia de exiliados

Lo que te voy a contar hoy es vital para cualquier negocio. Una historia que sirve para ver lo que es una mentalidad comercial sólida. Va del tatarabuelo de mis hijos.

Cuando estaba casada con Lucas un día me llevó a conocer a su abuela Iris. Ella vivía en un piso que daba al jardín zoológico de Buenos Aires. Un mar verde en el centro de la ciudad. 

Tomábamos té en tazas de porcelana de Limoges y a través del ventanal abierto escuchábamos a los elefantes discutir, y a los leones rugiendo no sé qué.

Iris era una mujer armenia hija de un rico vendedor de alfombras. Nació poco antes de que los Turcos decidieran exterminar a su etnia.

Esa mañana nos contó historias de antes del exilio. De cómo su madre y su tía habían tapado con tablones las ventanas de su casa. Por entre las rendijas veían fragmentos de la masacre: unos pasaban clavando alfanjes en las carnes de otros, o violaban mujeres y niñas en la misma acera por la que ellas antes iban a comprar el pan.

Querían escapar de aquello, pero no tenían cómo, ni dónde.

Un día, el padre reunió a su mujer, a su hija, a su cuñada y a su suegra y les dijo:

– Nos vamos este mediodía. Podéis llevar un paquete cada una. Tenemos que hacernos pasar por extranjeros y llegar hasta el barco francés que está hoy en el puerto. No abran la boca, dejen que yo hable en francés. Si las escuchan, estamos muertos. 

Salieron de la mansión con sus mejores galas, atravesaron las calles polvorientas mientras los vecinos que quedaban los miraban por entre las rendijas. Fueron avanzando hasta el puerto. 

En un punto de control, por alguna casualidad, no los pararon, a pesar de que los corazones de los cinco bombeaban frenéticos. 

Llegaron al barco. Del barco a Grecia, a un “depósito” de refugiados.

Los que venían de Armenia con algo de dinero, se buscaban rápido un hotel para salir del juntadero de pulgas que era el depósito. Pero el padre de Iris no quiso gastarse el poco dinero que traía, tenía otros planes en mente.

Compró una cafetera, café y unas tazas.

Comenzó a vender café a todos los refugiados que estaban hacinados a la espera de un destino donde instalarse con sus familias. Vendió litros y litros de café durante semanas.

Hasta que compró los billetes para subir a un barco que los lleve a Argentina.

Lo que sigue, cómo encontró a un antiguo empleado y juntos de dedicaron al comercio de alfombras… pero esa es otra historia.

 

 

Scroll al inicio