Crónica del Apocalipsis. Día 3
Ayer cenamos en familia. Confinados.
Ivo, mi yerno, nos contaba que tiene una perra que se llama Jurka que es muy viejita y ya casi no ve ni dónde pisa.
Se le nota que está en el último tramo de su vida.
Pero dice que cuando la lleva al río, se convierte en otra. Una cachorra que chapotea, nada, se sumerge, y si se encuentra con otros perros , juega encantada con ellos.
Es feliz.
Pero sus patas no la aguantan caminando desde la casa al río. Se cansa.
Por eso Ivo le construyó un carro, para llevarla por las tardes a nadar.
Y aquí viene lo bueno.
En cuanto visualicé el carro de Ivo con el perro dentro, me acordé de todas las veces que vi a un humano transportando un perro en carro, en bolso, o donde sea y pensé:
– Subnormal. Dale vida de perro, o no tengas un perro.
Y así me di cuenta de lo estúpida que he sido juzgando las acciones de los demás.
Que yo también le haría un carro de colores a mi perra. Cómo no.
Y otra cosa también pensé: qué importantes que son las historias.
Nos permiten entender a los demás, mucho más que un ensayo sobre la comprensión humana.
Mucho más que una estadística con un gráfico de colores.
Las historias.
Son tiempos de pensamientos polarizados, de reacciones extremas. Espero que podamos contarnos historias, que podamos descubrir el porqué de cada quién.
Nuestra misión ahora es lavarle el cerebro al adolescente, porque si lo obligo a quedarse en casa, se escapará por la ventana para ver a sus amigos.
Así que tendrá que ser él el que quiera evitar el contacto.
Vamos contándole historias sin parar.
Mañana será otro día.
P.D: Mi lista de actividades apocalípticas todavía me espera. Es que la lista de trabajo pendiente es mucho más larga que la otra. Porca miseria, ayer me puse con Search Console y a redireccionar páginas, y no veas la que lié. Tengo un don para arruinarlo todo.