¿Qué pasa con tus palabras cuando callas?

La gente paga por cualquier cosa, mamá

Estábamos con Joan, preparando algo para cenar y encendiendo el primer fueguito del invierno.

Me pregunta:

– ¿Qué es eso del retiro que hiciste este fin de semana?

– Un retiro de silencio, hijo, no veas qué experiencia más chula. 

– Bueno, si no hablabas pero tenías el portátil, es lo mismo que estar currando.

– No, no. Ni teléfono, ni internet. Ninguna distracción. Hasta me dejé los libros en casa.

– No entiendo, ¿cuál es la gracia? 

– Hacer algo por completo fuera de la rutina.

– ¿Pero eras la única o había más gente igual?

– Imaginate un comedor con unas 35 personas y todos en silencio. No hablaban ni las monjitas que te servían la comida. 

– ¿Así como si estuvieran castigados?

– A ver…yo más que que castigada, me sentía liberada. Sin tener que ser simpática, correcta, sin preguntarle a la gente qué hace, que no hace, ni “¿me pasas la sal?”, ni “de nada”. Una gozada. 

– ¿Y qué más hacían?

– Prácticas de mindfulness, caminatas de mindfulness, comida mindfulness, todo muy simple, la verdad. 

– ¿Qué sería, resumiendo, eso de hacer «algo» mindfulness?

– Hacer algo con atención plena. Concentración total en aquello que estés haciendo. Nada más. Masticar sintiendo el sabor, la textura de eso que estás comiendo. Pensar solo en eso te hace despertar los sentidos, saborear mejor las cosas. Después aunque no hagas nada, y solamente estés mirando cómo se caen las hojas de un árbol, cuando estás en calma, la mente se relaja y parece que todo en tu interior se ordena.

– A ver…en serio mamá, ¿la gente paga para hacer algo que puede hacer en su casa y gratis? 

– Pos sí. Así estamos hijo. La gente puede pagar por cualquier cosa que se te ocurra. Si es que la desea, claro. 

Asombroso lo que pasa cuando cierras la boca y te encuentras con el silencio.

Asombrosa la cantidad de palabras por minuto que llegué a soltar el domingo por la tarde, después de callar dos días. No podía parar de explicar cosas.

Madre del amor hermoso, hablé hasta que Joan salió a cuatro patas de la cocina, tratando de que no me diera cuenta.

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